Manuel Villaplana
Una Realidad Paralela II
Segunda parte
Allí, mi prima le puso las manos en las rodillas, se estremeció y se le erizaron los cabellos. Luego le cedió la posición a la otra señora médium.
En pocos segundos empezó a contarnos que no estaba enfermo físicamente, que no era asmático y que sus pulmones y aparato respiratorio estaban bien.
Su problema era que tenía otro ser dentro de él. Parece ser que este señor vivía en una antigua masía en el campo de Alboraya de la época de la dominación árabe y que había sido parcialmente renovada en tiempos modernos, pero que bastante parte de la edificación aún era de la época antigua.
El ser que lo poseía había sido un alto jefe guerrero en la época árabe que había muerto accidentalmente o en batalla y su cascarón aún residía en La Masía antigua. Había sido un ser sanguinario y malévolo y se había apoderado ya de diferentes personas a través de los años. El último, era este agricultor, persona sencilla y tal vez, de carácter o voluntad débil. Así pues, no le oponía suficiente fuerza al exjefe árabe y éste cada vez se iba apoderando más de las funciones físicas y psíquicas del labrador. Esto le producía la ansiedad y el temor y se ahogaba.
Los dibujos eran exactos a los trajes y el idioma era de la época del jefe árabe. Ante esta situación acordamos una cita en la propia Masía y establecimos un plan de operaciones. Vendría una experta espiritista a reforzar el equipo y los fornidos hijos del enfermo vendrían también a ayudar y por supuesto, no faltaría yo.
El plan consistía en intentar liberar al señor, del huésped no deseado. El día indicado se presentó muy soleado y caluroso. Una vez en La Masía, primero relajaron al señor que se encontraba sentado cómodamente. Luego iniciaron sus monótonos rezos que sonaban a religiosos y exorcistas. Después de un tiempo que no sabría calcular, nos pidieron a los hijos a mi prima y a mi que cogiéramos al señor por los pies, el cuerpo, cabeza y brazos y lo tumbáramos en el aire, pero apoyándolo sobre los bordes de varias sillas dejándolo en el aire.
Manuel Villaplana